Santa Clara, la ciudad anfitriona de la Conferencia de
EcoMateriales, ofrece a sus visitantes un sinnúmero de sitios de
interés histórico y cultural. Un sabor muy especial se siente caminando
sus calles, montando en bici-taxi o comprando flores en el parque. Su
fundación se remonta tres siglos atrás, pero su fama en la época
moderna se debe a que es la ciudad del Che, la que conserva los colores
de su batalla gloriosa y el aroma a pólvora húmeda que dejó su
ausencia. En sus calles mil veces recorridas y aprendidas se entronca
su mirada y germinan los días únicos y verdaderos que convierten las
obras en eternas, tan inmensas como su estirpe.
El 15 de julio de 1689 un nutrido grupo de vecinos provenientes de la cercana villa de San Juan de los Remedios celebraba una misa bajo un frondoso tamarindo en un lugar que llamaron Loma del Carmen, con la cual dejaban fundada una nueva villa, que el 16 de agosto de 1695 recibió el nombre de Gloriosa Santa Clara. Ese acto dio significación excepcional al lugar, al tiempo que el tamarindo se erigía como el primer monumento levantado al azar por la naturaleza y escogido como símbolo por aquellos pobladores, que tal vez no imaginaron que habría de ser, al correr de las centurias, el único que señalara el lugar en que se fundara la ciudad.
Aquellas familias remedianas habían emprendido un viaje
hacia el centro de la isla, en junio de ese mismo año. Aunque se ha
dicho que este movimiento fue para buscar refugio seguro de los ataques
de corsarios y piratas, se ha podido comprobar que la fundación de la
villa tiene su base en el reparto de tierras y la distribución en hatos
y corrales para la cría de ganado, proceso de tenencia de la tierra que
determino la formación de una fuerte oligarquía terrateniente, entre la
cual se suscitaron diferencias en su afán por poblar sus dependencias.
A esta causa se unió el miedo a las depredaciones de piratas y
corsarios, que fue aprovechado circunstancialmente por dichos
terratenientes para aumentar sus riquezas.
Las tierras escogidas se ubicaban entre dos ríos: el Arroyo de la
Sabana, luego llamado Bélico, y el Cubanicay. La ciudad creció y
prosperó rápidamente, y en 1738 se construyó la Plaza Mayor, donde hoy
se encuentra el céntrico Parque Leoncio Vidal.
Durante los años 1867 y 1873 suceden importantes hechos en el orden
socioeconómico como el enlace por ferrocarril entre Santa Clara y La
Habana lo que le imprime a la villa un desarrollo acelerado. Situada en
el mismo centro geográfico de Cuba, la ciudad ha ocupado siempre un
lugar preponderante en la economía del país, por su próspera
agroindustria azucarera, así como gran importancia estratégica militar
y política.
En las tres guerras independentistas ocurridas en Cuba, Santa Clara
fue asaltada y tomada por tropas insurrectas. En la última etapa fue
escenario de la batalla que determinó la huida del presidente Fulgencio
Batista, en una heroica acción dirigida por el Comandante Ernesto Che
Guevara, cuyas tropas asaltaron un tren blindado cargado de armas,
municiones y comida, que era crucial en los planes del ejército de
detener el avance de la Revolución desde la zona oriental hacia la
capital del país.
En diversas partes de la ciudad se libraron combates, cuyas huellas pueden apreciarse en numerosas fachadas, sobre todo en el hotel Santa Clara Libre, situado en su centro histórico y cultural. La heroica acción llena de orgullo a sus habitantes, y como tributo y reconocimiento del papel decisivo de la ciudad en el triunfo de la Revolución, se erigió en 1989 la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara. Años más tarde, en 1997, se convirtió en el mausoleo que guarda los restos del Guerrillero Heroico y sus compañeros en la guerrilla boliviana, un lugar de referencia para la mayoría de los visitantes que llegan a Cuba.
Es Santa Clara la ciudad del Che, la que conserva los colores de su
batalla gloriosa y el aroma a pólvora húmeda que dejó su ausencia. En
las calles de Santa Clara, mil veces recorridas y aprendidas se
entroncaba su mirada y germina los días únicos y verdaderos que
convierten las obras en eternas, tan inmensas como su estirpe.